El Acto de Fé de Quedarse en el Autobús

Hace un par de días estuve hablando con Álex sobre la vida en general y nuestros side projects en particular. De cómo íbamos gestionando el hecho de que hace unos meses empezamos unos proyectos más como hobbies que como otra cosa y habían terminado por revolucionarnos un poco la vida y dar una sacudida a nuestras realidades.

Una de las sensaciones más comunes que creo sentimos todos los que nos iniciamos en la aventura de apostar tanto por algo tan incierto es la sensación constante de no estar haciendo suficiente, de no estar llegando a tiempo a determinadas oportunidades. De que las opciones que se nos abren cada semana son demasiadas, pero que sólo puedes elegir un camino y no tienes manera de saber si ese será el camino correcto.

Como personas creativas (y cuando yo hablo de creatividad ya sabes que no hablo de ser un artista, hablo de la praxis y el pathos de crear algo) somos naturalmente inquietas y creo que somos lo suficientemente despiertos para reconocer las oportunidades a nuestro alrededor, para distinguir un poco entre el ruido y lo que de verdad puede merecer la pena. Y, a la vez, queremos mantenernos firmes en las decisiones que tomamos.

Es tentador querer tomar un camino secundario, una ruta diferente a la marcada en el inicio. Especialmente cuando sentimos que la que estamos siguiendo no nos lleva a ningún sitio inmediato, o simplemente no vemos con claridad el final.

Recordé una charla que dio el fotógrafo Arno Minkkinen sobre la clave del éxito en los campos creativos cuando estás empezando. Él la llama la Teoría de la Estación de Autobuses de Helsinki, porque el funcionamiento de esta red supone la metáfora perfecta de lo que es para una persona creativa el proceso de encontrar su propia voz y cómo lidia con la incertidumbre de no saber si está en el camino que la llevará a ella.

De esta estación parten numerosos autobuses con diferentes destinos, con la particularidad de que, durante los primeros kilómetros, muchos de ellos comparten ruta y se detienen en las mismas paradas. Siendo así, existe la posibilidad de que, después de 3 o 4 paradas, nos demos cuenta de que estamos en el mismo sitio que 4 o 5 personas más que habían tomado autobuses diferentes. Que no estamos haciendo nada diferente, que lo que estamos poniendo en el mundo no es especial. ¿Nos bajamos del autobús con la esperanza de coger otro que nos lleve a otro sitio menos transitado? ¿Cómo sabemos que el autobús que hemos elegido nos llevará al destino que necesitamos?

Si comparamos nuestra trayectoria con la ruta de un autobús, en la que cada parada es como un año de nuestra vida, podemos pasar fácilmente los primeros 5 años subiendo y bajando de diferentes autobuses, no llegando a ningún sitio porque volvemos al inicio cada vez que en el camino encontramos algo que nos haga dudar de nuestra elección.

🚏Quedarse en el autobús

También hablé con Álex sobre algo que estaba intentando hacer yo últimamente y que me estaba ayudando mucho; el ejercicio de pensar que no hay nada ahi fuera por lo que tenga que levantar los ojos de lo que estoy haciendo.

No permitirnos pensar en lo que puedan estar haciendo otros, ni pensar en si lo que tú estás haciendo será o no lo suficientemente bueno, porque esa no es verdaderamente nuestra responsabilidad. No es la razón por la que hacemos lo que hacemos. Nuestra responsabilidad es simplemente seguir; seguir haciendo ese trabajo, seguir apareciendo día tras día, mantener el canal abierto y no preocuparnos por lo que esté pasando a nuestro alrededor.

Siguiendo con la metáfora de la estación, a esto Arno lo llama "quedarse en el autobús".

Los autobuses de la estación de Helsinki comparten ruta al principio pero, después de unos kilómetros, los caminos se bifurcan, las lineas se separan y cada uno va hacia un punto distinto.

Esta separación es la que supone la diferencia. Una vez empezamos a ver la distinción entre nuestro trabajo y el trabajo de otros, es cuando vemos el progreso.

El proceso de encontrar nuestra voz —de llegar a ese punto en el que todo encaja, en el que nuestro trabajo se alinea con nuestros valores, estamos haciendo lo que nos gusta y lo que se nos da bien y además ayudando a otros— tiene en realidad más mística de la que te cuentan en los libros de negocios.

Es un acto de fé. No sabemos si estamos en el camino correcto. Sólo sabemos donde está la cima pero la realidad es que, en el día a día, el camino que recorremos es un bosque, y los árboles rara vez nos dejan ver la cúspide.

Sólo nos queda mantener el rumbo, mirar el mapa de vez en cuando y confiar en que el camino en el que estamos es el correcto, el que nos llevará arriba. Si seguimos en ruta, si seguimos caminando día tras día, haciendo nuestro trabajo, intentando ayudar y dando pasos todos los días, llegará un momento en el que el bosque se hará menos tupido, el aire más claro, y tendremos una mejor visión del camino y de donde estamos.

Pero tienes que quedarte en el autobús. Seguir mirando al frente sin preocuparte de dónde estén los demás, de qué había en la parada que acabas de dejar atrás. Porque es en ese proceso, es en esa práctica diaria en la que nos encontramos a nosotras mismas, es en esa ruta en la que todo cobra sentido.

👁️ La vista clara en el horizonte

La inevitable reflexión que acompaña a esto ahora sería ¿qué pasa cuando llegas a lo que creías que era la cima y te das cuenta de que después había otra más alta?

¿Miras atrás para ver todo el trabajo hecho hasta entonces, felicitándote por el camino recorrido, o miras con aspiración la siguiente gran cima por coronar? Algo me dice que ese ejercicio constante, ese amor por el proceso, lleva siempre intrínseco una pizca de insatisfacción, de anhelo permanente. No de más dinero o más reconocimiento; sino por el juego en sí mismo.

Porque la realidad es que cuando haces este tipo de apuestas, es porque ya estás en medio de un juego infinito, esos en los que no hay un fin concreto, sino que están en constante movimiento; el propósito es sencillamente seguir jugando, seguir haciendo un buen trabajo.

Así que probablemente la felicidad y la satisfacción estén en el punto intermedio, a medio camino entre la estación y el destino. No en las cimas que nos quedan por subir ni en observar todo lo escalado. Sino en mantener los ojos en lo que estamos haciendo, mirar sólo al horizonte y disfrutar de las vistas.

FOOTNOTES

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